¡Eaco ya tiene pueblo!

Título: ¡Eaco ya tiene pueblo!
Adaptación: Silvia Greco
Ilustraciones: Vanesa Marín (en color)
Editorial: Puerto Creativo
Colección: Literatura infantil y educación en valores
Primera Edición: 2010
Lugar: Argentina
ISBN: 978-987-1683-06-2
Edición: rústica
Dimensiones: 20cm x 20cm
Páginas: 12

Este librito constituye un ejemplo bastante claro de lo que sucede cuando se prioriza el objetivo de educar en valores, pero se pierde de vista el objeto a utilizar para lograrlo, en este caso, la literatura. Es evidente que la intención de la autora ha sido relacionar la imagen laboriosa de las hormigas con el surgimiento de los mirmidones, pero el resultado de la idea no es muy feliz. El relato comienza con un Eaco  aburrido y triste de estar solo, porque "había enviado a su pueblo a lo de su hijo Egeo, que estaba en tierras extrañas tratando de poblarlas". Este concepto de que Eaco le haya regalado el pueblo a su hijo es, en sí mismo, toda una innovación, sólo superada por el hecho de adjudicarle a Eaco un hijo de nombre Egeo, que supone, además, la creación de una filiación ausente en toda la tradición mitológica. Pero, bueno, supongamos que esos detalles no importan demasiado y sigamos adelante. Al buen Eaco no se le ocurre mejor idea que mandar cuatro mensajeros a buscar un pueblo, pero, lógicamente, los pueblos que le van llegando carecen de los valores que el texto pretende exaltar: no son trabajadores, ni previsores, ni solidarios. El final del relato merece ser citado, porque es inenarrable:

    Cuando el monarca ya se marchaba, lo llamó una hormiga: –Psss... Psss... Psss...
    ¡Eaco, rey solo, con coronita de oro, ya no estarás más solo!
    Al instante, ¡qué maravilla! Las hormigas tomaron forma humana.
    ¡Uy! Había una fórmula mágica para esta historia... ¡Menos mal que el dios Zeus había pasado por la tierra y les había enseñado encantadoras palabras a las hormigas!
    En fin, coronita de oro para todos: para Eaco, que tuvo un pueblo trabajador, previsor y solidario, y para las hormiguitas, que se convirtieron en Mirmidones (¡Ah! Me olvidaba: así se llaman los pueblos de gente bajita que salen de hormigas bonitas).

 
    El relato podría terminar allí y sería malo, pero viene con una yapa que lo hace peor: en la última página tenemos (¿a modo de despedida?) "La ronda de la hormiguita", que no tiene nada que ver ni con Eaco, ni con los valores supuestamente exaltados (aunque reconozco que menciona la palabra "trabajo"), ni con los Mirmidones. Les digo más: ni siquiera rima.

    Como podrán apreciar, las ilustraciones de Vanesa Marín son, lejos, lo más logrado del libro.
  
  

2 comentarios:

  1. ayyy, yo quiero leer la Ronda de la Hormiguita!!!
    (no había entendido nada el pibe)

    La verdad no sé qué es más gracioso en lo que contás: si las onomatopeyas (Pss... Pss... Pss...), las exclamaciones bolud... en la narración (Uy! Ay!) los permanentes signos de exclamación... o la paupérrima concepción de pueblo que parece tener la autora: se puede descartar un pueblo por sus valores, pedir otro, manejarse como si un pueblo fuera una zapatilla que te probás y además sea desechable.

    En fin. Qué concepción de pueblo, de mito y de niño que tiene esta mina.

    ResponderEliminar
  2. Jaja, Facu, te llevo el libro esta noche, así lo ves y leés la ronda de la hormiguita (aunque te adelanto que a Andrés no le gustó).

    ResponderEliminar